De niña te enseñaban a ver el mundo en formas geométricas y colores primarios. Era como si los adultos necesitaran equiparte con logros. Luego tenías que pasarte el resto de tu vida desaprendiéndolos. Ésa era la vida, hasta donde ella podía entender. Hacer que todo fuera simple los primeros diez años y, por ese hecho, todo fuera mucho más complicado en los setenta siguientes.



Estoy tumbada en el suelo, todo es verde a mi alrededor, hay una gran colina y siento que mis músculos se relajan. Mientras me cuenta como le ha ido la mañana, se duerme en mis brazos. Miro más allá mientras pasan los minutos. Hay niños correteando, el cielo, los árboles... Y sonrío mientras le acaricio el pelo al que duerme. Sonrío porque es lo único que me ayuda a dormir por las noches. Imagino que estoy tumbada allí y no aquí. Y mientras todo sigue tranquilo, encuentro un sueño profundo que hace que pasen las horas. Y cada noche, estoy allí, con él, otra vez. Cada noche, porque he descubierto, que es lo único que me ayuda a dormir. Es lo único que no me hace cuestionarme donde estoy, que hago y porque continuo luchando por algo que ya no se, si es mio o no. Es lo único que no hace que piense en abandonar. Es algo maravilloso, por que esta noche volveré a encontrarme con él y me dará fuerzas para levantarme por la mañana. O eso espero. 

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